dc.description.abstract | Hace ya más de treinta años que, en mi calidad de psicólogo y docente,
vengo haciendo y pensando en el campo de la educación. Por diversas
circunstancias, algunas buscadas de manera explícita y otras por sorpresa,
he intervenido –en mayor o en menor grado– en casi todos los niveles,
en varias ramas y en dispares ámbitos socioeconómicos y culturales en
los cuales se organiza la educación.(2)
Es en el marco de este recorrido
profesional que pretendo reflexionar sobre la cuestión de la enseñanza.
Desde mi punto de vista, siempre se enseña para que otros aprendan,
aunque bien es cierto que muchos docentes, sobre todo en la educación
superior, se ocupan de enseñar y dejan el aprender bajo la casi exclusiva
incumbencia y responsabilidad de los alumnos. Sea como fuere, en ambas
situaciones está comprometida, con mayor o menor grado de conciencia,
una concepción o creencia –científica o popular– sobre el sujeto que
aprende y el docente que enseña. Es que nuestra forma de enseñar –como
nos lo recuerda Linaza (2003)– “está íntimamente vinculada al modo
como concebimos el conocimiento, a cómo concebimos a quién aprende y
al proceso mediante el que se puede transmitir dicho conocimiento a otro
ser humano” (Linaza, 2003:109). Quienes estamos persuadidos de esta
estrecha relación entre enseñar y aprender sabemos que dicha tarea es una
mezcla de arte y ciencia, de intuición y lógica, de previsión y sorpresa.
¿Cómo enseñar para que los alumnos aprendan de manera efectiva? O,
en una formulación más amplia: ¿cómo tener éxito en la tarea de educar? | es_ES |